¡Una noche como tantas otras noches!
Anoche y también hoy, se les ha dado a los perros de la cuadra por alborotar los pensamientos. Para algunos les resulta insoportable... a mí me da por pensar y trabajar, específicamente: escribir.
Estos guardianes, que en mi cuadra y en mi barrio los hay por mayor, son los compañeros de cada familia.
También forman parte del paisaje cotidiano del barrio y perdonando lo que le hacen a los canteros y a las plantas que una riega laboriosamente, dan la nota bullanguera y son pintorescas sus corridas por la calle de tierra detrás de una bicicleta que se escurre entre ellos a la mayor velocidad posible. Parece un concurso de talentos.
Pero les gano con los horarios, a la hora que estoy escribiendo plácidamente ¡los perros ya han dejado de ladrar! Todo es silencio y es el momento en que mis antenitas están libres, avizorando el pensamiento y sacando de adentro, lo que quiero expresar.
El último que estuvo ladrando en forma medio aburrida fue Arturo ¿creen que estoy ofendiendo a alguien? ¡No! Me refiero al perro del frente que tiene nombre y apellido, se llama nada más ni nada menos que Arturo Méndez. Y tiene personalidad, es algo apocado, cariñoso pero tímido. Está atento al menor signo de ¡salga de aquí! Cuesta ganarse su confianza, es pacífico siempre que no sea la oportunidad de correr algún ciclista.
Arturo tiene una historia dramática, eso puede explicar su carácter acomplejado... pero esto lo cuento otro día.
Bueno, te brindé la transcripción de toda la Revista El Timonel, la del número 6, me refiero a la versión escrita en papel. Faltan solamente mis comentarios como Editorial y las páginas dedicadas a Walt Whitman. Pero como hay algo..., que la insistencia de muchos, ha logrado hacerme cambiar de parecer. Voy a agregar un cuento que me pertenece.
Resulta que en las ediciones escritas en papel, no incluyo mis obras, pero como he recibido varias reflexiones, algunos sermones también, y considerando que hay enorme mayoría de poetas y casi muy pocos narradores, acepto la sugerencia. Aquí va uno de mis cuentos.
De Botica.-
Ada Ortiz Ochoa –Negrita –
-¡Gómez!- Abelardo, el farmacéutico busca a su empleado. Al no encontrarlo lo llama con mayor enojo.
-¡GÓMEZ!- varios frascos tintinean en los estantes. Está furioso, pero cuando ve a Gómez en la vereda con Doña Cleotilde, se contiene y regresa a la trastienda.
-¡Ah! Espere, señora, por favor un momento. ¡Acá está el farmacéutico!- dice Gómez con la cordialidad que lo caracteriza.
Entran en el local y mientras Cleotilde se pesa y hace un gesto de espanto por lo que marca la balanza, Gómez pasa por detrás del mostrador buscando a su patrón.
Abelardo está sentado delante de su escritorio, sobre el cual da pequeños golpes contenidos, ¡que si los da con toda la furia que le dicta su bronca, ¡seguro que lo parte!
-¡Don Abelardo, la señora Cleotilde tiene colitis.- dice con toda corrección el bueno de Gómez.
-¡Que se ponga un corcho!- brama Abelardo, mientras Gómez le hace señas de que... ¡calma! ¡calma!, y continúa en voz baja.
- Ocurre que pide, que le dé usted el medicamento y en cuanto cobre la pensión se lo abonará.-
-¡NO PUEDO! – la respuesta violenta hace encoger a Gómez con un gesto de protección.
-¡Acaban de cortarme la cuenta corriente con las droguerías! ¡Hasta que no abone, no hay más provisión de mercadería! – y concluye con tono compungido.
-¡Andá! ¡Andá! ¡Haceme el favor! ¡Vendele un corcho!-
A Cleotilde ya no le queda qué curiosear, y decide reclamar. Siente cuchichear, pero por más que lo intenta, no alcanza a oír nada más que palabras sueltas, pero algo pasa ¡y no es bueno!
-¡Oigan! ¡Eh! ¡Gómez! ¡Don Abelardo! ¿Se durmieron? ¡Ya me pesé como diez veces!-
-¡Decile que se vaya! ¡Esa vieja bruja! No estoy de ánimo para soportarla.- le suplica el farmacéutico.
Para esto, Doña Cleotilde ya tiene más o menos armada la situación, los tonos de la conversación han pasado por la indignación, la desesperación, el dolor y la súplica.
-¡No pienso quedarme en ayunas! ¡Que no se diga que la Cleotilde se queda alguna vez a medio camino!- afirma mientras da un rodeo al mostrador y entra en la trastienda con los ojos desmesurados de curiosidad.
-¡Don Abelardo! ¿Qué le ocurre? ¡ Si está como loquito!-
-¡A mí nadie me trata de loco ni de loquito! ¡Vieja sonsa!- ruge levantándose de un salto.
Gómez se pasea del despacho a la trastienda, en el colmo del nerviosismo.
-¡ Menos mal que este sábado a la siesta no pasa ni un alma!- tranquilizado a medias, echa miradas recelosas hacia la calle.
-¡ Me gustaría sentarme! Estoy un poco cansada.- Abelardo hace un gesto de rechazo, pero Gómez no lo ve. Tiene asumido eso de que el “Cliente siempre tiene razón” y pregunta con amabilidad.
-¿Le traigo una silla?- une la palabra a la acción y... - ¡Siéntese señora!-
-¡Gracias, Gómez, es muy amable! ¡Don Abelardo, debe ser muy grave lo que le ocurre!- el tono de Clotilde es comedido y atento.
A los pocos minutos de conversación, ya está interiorizada de lo que sucede. De ahí en más el espíritu emprendedor de Cleotilde se pone de manifiesto, una vez más en su larga vida es el ingenio lo que cambiará el curso de los acontecimientos más diversos.
-¿Qué tiene en esos cajones?-
-¡Yuyos!- contesta Abelardo de mala manera, admirado por lo estúpido de la pregunta.
-¡Y los tiene embalados! ¡Sin abrir la carga! ¡Permiso, pero necesito un martillo, también tijeras y un destornillador!- la excitación redobla las energías de Cleotilde, ¡y ni se acuerda de su colitis!
-¿A ver que hay aquí? ¡Ajá! ¡Paico, que es bueno para curar el empacho y valeriana para los nervios! ¡El quimpe para el catarro y el almidón de trigo para la colitis! ¡Ah, y la barba de choclo es buena para los riñones! ¿Sabe, Don? ¡En un tecito se le alivianan las aguas! ¡Amamelis, yerba la meona y yuyitos para el mate! ¡Pero esto es el paraíso, Don Abelardo!-
El viejo farmacéutico la mira sin comprender. ¿Todo ésto le causa tanta alegría a la mujer? ¡Mujeres!, ¿quién las entiende? De una pavada hacen un mundo. De una insignificancia hacen un drama.
Ya se ha olvidado del tema, hace, hace... ¿cuántos años hace que vegeta en este negocio, que en algún momento ha sido próspero y floreciente? Desde que quedó solito, cuando ella fue derrotada por la enfermedad que le agregó años y tristeza. Se acuerda de un refrán criollo, que dice más o menos así. “Por qué será, que la prenda que uno más quiere, si no se muere, se va.” Luego de sentirse acorralado por los apremios económicos y de repasar la soledad y tristeza de su vida, se siente aún más viejo y cansado.
Ha pasado algún tiempo, y una noche de verano, luego de terminar su trabajo en la farmacia, Gómez se retira.
Mientras recorre cuadras silba suavecito, no mira el entorno ya que camina con los ojos bajos y en cada paso observa inconscientemente la punta de los zapatos que de tan brillosos parecen un espejo y reflejan las luces de la calle. Se corrige, y siempre atento a suprimir los errores, observa a su alrededor. La gente aprovecha para caminar, para estar sentados en la vereda, para...¡y sí! también las parejas aprovechan la noche para prodigarse caricias, pero buscando los lugares menos iluminados. Aunque a muchos no les importa besarse delante de todos.¡Estos jóvenes!¡Cada vez más desinhibidos!
Cuando llega a su prolijo departamento, siente que como siempre todo está en orden. Así como es su vida: ordenada y prolija, sin los vaivenes e improvisaciones que muchas veces acarrean problemas a la gente.
Gómez escribe en el cuaderno grande, con su bonita letra, estilizada y pareja. El aspecto de la hoja es pulcro y luce impecable. Su capacidad como escribiente, el carácter amable y respetuoso, unidos a la honradez sin vicios, le han asegurado siempre un empleo.
Pero en ese momento tiene la sensación de ser irremediablemente viejo. ¿Qué le pasa? Asume de pronto que ha llegado a la madurez con demasiada rapidez. Todo eso y mucho más piensa en esa noche. Sí, esa noche se le ha dado por pensar y por escribir. Relee lo escrito después de la sobria cena en su pequeño reducto de soltero.
Después de la fecha, ha redactado: “ Luego del descubrimiento, la señora Cleotilde, comienza a ir todas las tardes a seleccionar los yuyos y otros artículos. Don Abelardo se lo permite después de aclararle que no puede pagarle nada.”
Sigue relatando los pormenores de la marcha del negocio, algunas veces anota también acontecimientos nacionales, mundiales y locales. Es una forma de llenar sus horas sin tener cómo compartir la conversación con nadie.
Desde la intervención de Cleotilde ¡ todo ha pasado rápidamente y es, casi, de un año el tiempo transcurrido!
Ahora tienen una sociedad donde la Herboristería la atiende él, la Farmacia Don Abelardo y una Rotisería a cargo de Cleotilde, con una empleada que la secunda cuando ella desaparece del despacho y marcha a la cocina, donde además de cocinar exquisiteces, cura el empacho, la pata de cabra y el mal de ojo.
¡Han cambiado tantas cosas! Doña Cleotilde demuestra no ser tan vieja y Don Abelardo se da cuenta enseguida. Se pone pintón y atento, apoya las iniciativas de Cleotilde. Ella, con buen carácter bromea:
-¡ Abelardo! no te olvides de pedir gotas para el hígado, carqueja y boldo. Mirá que esta semana pienso lucirme en la rotisería con las variedades de la cocina italiana, ¡mucha salsa y picantes! ¡Tenemos que estar preparados! ¿Eh? Porque si alguien se siente mal ¿A dónde va a comprar, Abelardo?-
Gómez suspira y decide que es hora de buscar el merecido descanso, claro que la decisión es sólo suya. No comparte con nadie. Solo, siempre solo.
-¡Cómo cantan las chicharras ésta noche de verano!- sí, a Gómez, el siempre correcto Gómez, se le ha dado por pensar.
Cleotilde ha cambiado todo, hay más familiaridad con la clientela, vienen con gusto aunque sea para saludar, y a Don Abelardo que parecía un caso sin remedio, le ha contagiado la alegría y el deseo de luchar por el negocio. Parecen dos chicos, compartiendo alguna travesura, pero al llegar el momento de los números, todo el mundo se pone serio.
Va hacia la ventana de su habitación y la abre. Un suave perfume de madreselvas y de glicinias aroma el tibio aire y escucha en la galería de abajo el bullicio de la gente que comparte en esa casa de pensión. Él no acostumbra a bajar después de la cena, casi no conoce a sus vecinos, y se siente al margen de esa alegría.
-¿Qué cosas me estoy perdiendo?-
Mira su carpeta de datos, llena de fechas, ¿documentando qué?... Toma la lapicera y con mano firme escribe:
-“Las mujeres son un mal necesario”.- relee y corrige, sin importarle el borrón.
- “LAS MUJERES SON UN MAL...¡TAN NECESARIO!”-
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Sierra Grande- Río Negro- Argentina-